Uno de los problemas que intriga desde hace tiempo a los expertos en cosmología es cómo detectar posibles señales extraterrestres. ¿Realmente estamos mirando en la dirección adecuada? Quizá no, según el estudio que los neuropsicólogos Gabriel de la Torre y Manuel García, de la Universidad de Cádiz, publican en la revista Acta Astronautica.
“Cuando pensamos en otros seres inteligentes tendemos a verlos desde nuestro tamiz perceptivo y de consciencia, sin embargo estamos limitados por nuestra visión sui géneris del mundo, y nos cuesta admitirlo”, apunta De la Torre, que prefiere evitar el término ‘extraterrestre’ por sus connotaciones hollywoodenses y usar otro más genérico, como ‘no terrestre’.
“Lo que intentamos con esta diferenciación es contemplar otras posibilidades –apunta–, por ejemplo, seres de dimensiones que nuestra mente no llega a captar; o inteligencias basadas en formas de materia o energía oscuras, que constituyen casi el 95% del universo y que apenas comenzamos a vislumbrar. Incluso existe la posibilidad de que existan otros universos, como indican los textos de Stephen Hawking y otros científicos”.
Los autores plantean que nuestra propia neurofisiología, psicología y conciencia pueden desempeñar un papel importante en la búsqueda de civilizaciones no terrestres, un aspecto que consideran se ha descuidado hasta ahora.
Para probarlo, realizaron un experimento con 137 personas, que tuvieron que distinguir fotografías aéreas con estructuras artificiales (edificios, carreteras…) de otras con elementos naturales (montañas, ríos…). En una de las imágenes se insertó un diminuto personaje disfrazado de gorila para ver si los participantes se daban cuenta.
Este ejercicio estaba inspirado en el que realizaron los investigadores Christopher Chabris y Daniel Simons en los años 90 para mostrar la ceguera atencional del ser humano. Un chico con un disfraz de gorila podía pasearse por delante de una escena, gesticulando, mientras los observadores estaban atareados en otra cosa (contar los pases de pelota de los jugadores con camiseta blanca), y más de la mitad no se percató.
“Es muy llamativo, pero muy significativo y representativo a la vez, cómo funciona nuestro cerebro”, apunta De la Torre, que explica como en el caso de su experimento con las imágenes los resultados fueron parecidos. “Además nuestra sorpresa fue mayor –añade–, ya que antes de hacer la prueba para ver la ceguera atencional sometimos a los participantes a una serie de preguntas para determinar su estilo cognitivo (si eran más intuitivos o racionales), y resultó que los intuitivos identificaron más veces el gorila de nuestra foto que aquellos más racionales y metódicos”.
“Si trasladamos esto al problema de la búsqueda de otras inteligencias no terrestres, surge la duda sobre si nuestra estrategia actual puede dar como resultado que no percibamos el gorila”, subraya el investigador, que insiste: “Nuestra concepción tradicional del espacio está limitada por nuestro cerebro, y puede que tengamos las señales encima y no las veamos. Quizá no estamos mirando al lugar adecuado”.
Otro ejemplo que se presenta en el artículo es una estructura aparentemente geométrica que se aprecia en las imágenes de Occator, un cráter del planeta enano Ceres famoso por sus puntos brillantes. “Nuestra mente estructurada nos dice que esa estructura parece un triángulo con un cuadrado dentro, algo que teóricamente no es posible en Ceres”, dice De la Torre, “pero quizá estemos viendo cosas donde no las hay, lo que en psicología se denomina pareidolia”.
Aunque el neuropsicólogo apunta otra posibilidad: “También podría darse el caso contrario. Podemos tener la señal delante y no percibirla o ser incapaces de identificarla. Si esto sucediera, sería un ejemplo de efecto del gorila cósmico. De hecho, ya podría haber sucedido en el pasado o puede estar ocurriendo ahora mismo”.
En su estudio, los autores también plantean cómo podrían ser las distintas clases de civilizaciones inteligentes. Presentan una clasificación con tres tipos basándose en cinco factores: biología, longevidad, aspectos psicosociales, avances tecnológico-energéticos y distribución en el espacio.
Un ejemplo de las de tipo 1 es la nuestra, que podría ser efímera si maneja mal la tecnología o los recursos planetarios, o si no sobrevive a un cataclismo. Pero también podría evolucionar a una civilización tipo 2, caracterizada por la larga longevidad de sus miembros, que controlan la energía cuántica y gravitatoria, manejan el espacio-tiempo y son capaces de explorar las galaxias.
“Teníamos claro que las clasificaciones existentes son demasiado simplistas y generalmente solo están basadas en el aspecto energético. El hecho de que usemos señales de radio no significa necesariamente que otras civilizaciones también las utilicen, o que el uso de los recursos energéticos y su dependencia sean los mismos que tenemos nosotros”, apuntan los investigadores, que recuerdan el carácter teórico de sus propuestas.
El tercer tipo de civilización inteligente, la más avanzada, estaría constituida por seres exóticos, con una vida eterna, capaces de crear en espacios multidimensinales y multiversos, y con un dominio absoluto de la energía y materia oscuras. (Fuente: SINC)