Un cambio mínimo. Una variación ínfima y específica. Una mutación única en uno solo de los aproximadamente 3.000 millones de “ladrillos” con los que está construido nuestro ADN puede significar la diferencia entre padecer o no padecer tuberculosis.

 

Este es uno de los principales resultados de un trabajo científico publicado en la revista especializada Genes por un equipo multidisciplinario de investigadores de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA y del Hospital Muñiz.

 

Aunque el estudio trata sobre una variación genética mínima, estamos hablando de un problema de salud pública que no es menor: la tuberculosis es una enfermedad que, solo en nuestro país, suma cerca de 11.000 nuevos casos cada año y que, según el último dato oficial disponible, en 2015 mató a 721 personas en la Argentina.

 

El agente causal de esta patología es una bacteria: Mycobacterium tuberculosis, también conocido como bacilo de Koch. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud, “una persona con tuberculosis activa puede infectar, a lo largo de un año, a entre 10 y 15 personas por contacto directo”.

 

No obstante, está comprobado que muchos individuos expuestos al microorganismo no desarrollan tuberculosis, lo cual sugiere que la susceptibilidad a la enfermedad depende de otros factores. Uno de ellos es el genético.

 

Precisamente, en la búsqueda de un componente hereditario relacionado con la mayor o menor susceptibilidad a la tuberculosis, los investigadores argentinos analizaron el ADN de 376 habitantes de nuestro país, entre los cuales había individuos sanos y con tuberculosis. La muestra incluyó personas de ambos sexos y de las dos etnias predominantes en el territorio (caucásicos y amerindios).

 

Para el estudio, los científicos se enfocaron en una región precisa del genoma: un sitio donde existe un “polimorfismo”. Se llama así a una variación del ADN que está presente en, al menos, el uno por ciento de la población. Y se supone que si una variación genética está presente en tantas personas es porque cumple alguna función suficientemente importante como para que, a lo largo de millones de años de evolución, se haya conservado en el ADN.

 

De hecho, el polimorfismo que analizaron está dentro del gen del interferón gamma, una sustancia que es fabricada por nuestro sistema inmune y que es esencial para defendernos de las infecciones.

 

El polimorfismo estudiado consiste en la sustitución de un “ladrillo” por otro diferente, lo cual, en definitiva, lleva a que en la población existan dos variantes genéticas distintas para esa porción del gen del interferón gamma.

 

“Se sabía que esta sustitución lleva a un aumento en la producción de interferon gamma, que es una proteína del sistema inmune que cumple una función muy importante en la tuberculosis. Por lo tanto, nuestra hipótesis fue que este polimorfismo podía estar involucrado en la resistencia o susceptibilidad a la enfermedad”, explica Verónica García, investigadora del CONICET en el Instituto de Química Biológica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA (IQUIBICEN). Y agrega: “Comprobamos que los individuos que portan la variante que resulta en una mayor producción de interferón gamma están más protegidos contra la tuberculosis”.

 

Por otra parte, el análisis estadístico de la muestra permitió demostrar que esa variación genética protectora no discrimina por sexo o por etnia: “Los resultados que encontramos siguen siendo significativos aun considerando la influencia de esos dos factores”, señala Agustín Rolandelli, primer autor del trabajo.

 

Para García, el polimorfismo podría utilizarse como un indicador de resistencia o susceptibilidad a la tuberculosis en la población de la Argentina. No obstante, la investigadora aclara: “El hecho de poseer una u otra variante no es suficiente para determinar que una persona es resistente o susceptible a la enfermedad, porque estamos hablando de una patología en la que no solo influye la genética, sino también otros factores, como el ambiente”. En efecto, algunos de los pacientes enfermos eran portadores de la variante genética protectora.

 

El trabajo también demostró que, cuando una persona se enferma de tuberculosis, el hecho de que posea la variante genética protectora no disminuye la severidad de los síntomas: “Analizamos algunos parámetros clínicos e inmunológicos de los pacientes enfermos y comprobamos que, una vez que una persona desarrolla la tuberculosis, este polimorfismo no influye en el grado de severidad de la enfermedad”.

 

Aportadas por ambos progenitores, cada individuo posee dos copias de cada gen. En este sentido, los investigadores explican que sus experimentos demuestran que “una sola copia de la variante protectora sería suficiente para conferir esta protección”.

 

Finalmente, Rolandelli señala: “En base a los individuos genotipificados en nuestro trabajo, el 84.57% de las personas de nuestro país portan al menos una copia de la variante que confiere mayor protección a la tuberculosis”.

 

El estudio, que también firman Joaquín Pellegrini, Nicolás Amiano, María Santilli, María Morelli, Florencia Castello y Nancy Tateosián, de Exactas-UBA; y Alberto Levi, Nicolás Casco y Domingo Palmero, del Hospital Muñiz, fue financiado con fondos de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, de la Universidad de Buenos Aires, y de la Fundación Roemmers. (Fuente: Fundación Descubre)

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