El sobrepeso y la obesidad infantil son dos condiciones que representan un desafío para los sistemas de salud de todo el mundo, porque están asociadas a una amplia gama de complicaciones de salud graves. En un contexto general, cada año mueren como consecuencia de estas condiciones por lo menos dos millones de personas.
Mientras que a nivel internacional en 1990 había alrededor de 30 millones de lactantes y menores de cinco años con sobrepeso y obesidad, con el paso del tiempo la presencia de estas condiciones ha aumentado de forma considerable a 41 millones, pero las estimaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) indican que para 2025 esta cifra aumentará cuantiosamente. En México, el sobrepeso y la obesidad afectan a tres de cada 10 niños, según datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Ensanut) 2016.
En México, hace alrededor de una década, el Instituto Nacional de Salud Pública (INSP) creó una línea de investigación sobre obesidad infantil para generar evidencia científica que ayude a la creación de políticas públicas. Ana Burguete García, doctora en epidemiología e investigadora del INSP, ha encabezado proyectos de esta índole; un trabajo reciente consistió en evaluar los factores socioeconómicos que predisponen al desarrollo de la obesidad en niños y adolescentes mexicanos. Los resultados del trabajo se publicaron en la revista Apettite.
La doctora Burguete García dijo en entrevista para la Agencia Informativa Conacyt que para este proyecto se entrevistaron niños y adolescentes entre cinco a 15 años de edad para identificar la dieta de los participantes. En la investigación se identificó que en la dieta de los niños y adolescentes mexicanos predominan los alimentos altos en azúcar y grasa, pero además el entorno familiar juega un papel fundamental en la composición de los hábitos alimenticios.
Para llegar a estas conclusiones, los investigadores utilizaron un cuestionario de frecuencia de consumo que incluye más de 100 alimentos, entre ellos comida rápida, semillas, frutas, bebidas azucaradas y platillos de la comida típica de México.
“Es un cuestionario muy completo, y a partir de ahí se pudo hacer el cálculo de la contribución de energía por cada alimento de manera específica. Se preguntó la frecuencia de consumo por día, semana y mes, y a partir de ahí se hizo un cálculo del consumo individual de cada participante. Los padres también estuvieron presentes”, explicó Ana Burguete García, miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI).
En la dieta alta en grasa, lo más frecuente fue la comida denominada “chatarra”, incluso por encima de la comida mexicana. Para la dieta alta en azúcares, predominaron las bebidas industrializadas: jugos de caja, refrescos, por ejemplo.
“Hoy, sabemos que parte del problema es que estos productos están endulzados con alta fructosa”, señaló la investigadora, y es que en 2004, los científicos Bray, Nielsen y Popkin publicaron en American Journal of Clinical Nutrition un estudio en el que sugerían que el consumo del jarabe de maíz de alta fructosa, en particular en bebidas sin alcohol, tendría un importante papel en la creciente epidemia de obesidad.
Como parte de la investigación, los especialistas también tomaron medidas antropométricas a los participantes, quienes en su mayoría –más de 60 por ciento– tenían sobrepeso y obesidad. Pero además, los padres y abuelos de los infantes también se sometieron a estas evaluaciones.
Una de las conclusiones de los investigadores de este estudio es que el entorno familiar juega un papel importante en el desarrollo del sobrepeso y la obesidad; los niños con padres o abuelos que tienen estas dos condiciones tienen dos veces más posibilidades de consumo de una dieta alta en azúcares o grasas, en comparación con niños con familiares no obesos.
El equipo de investigación del INSP también evaluó la percepción familiar del problema nutricional. Datos previos indican que una madre con sobrepeso y obesidad tiene problemas en la percepción del estado nutricional de sus hijos.
“Un alto porcentaje de las madres consideró que sus descendientes tenían un peso adecuado. Solo 15 por ciento observó que sus hijos tenían sobrepeso y obesidad. Esto nos indica que hay una mala percepción de estas condiciones y esto va de la mano con la falta de una cultura nutricional, se sigue considerando a los niños robustos y sonrojados como sanos, a pesar que aquí ya no son bebés”.
De acuerdo con Ana Burguete García, la obesidad es un tema prioritario para México, pero en el ámbito infantil es una emergencia que atender porque está condicionando el desarrollo de enfermedades crónicas en edades cada vez más tempranas, incluso durante la adolescencia.
“Es de prioridad inminente realizar campañas de intervención nutricional en escuelas y en el entorno familiar, para mejorar la cultura nutricional de nuestra población. De manera tajante podemos decir que nuestra población infantil no goza de salud adecuada, porque casi la mitad de esta tiene sobrepeso y obesidad”, concluyó Ana Burguete García. (Fuente: CONACYT / Carmen Báez)