El análisis bioquímico de restos humanos se ha convertido en un aspecto central en el conocimiento de las poblaciones del pasado. El estudio de la movilidad de poblaciones, sus afinidades genéticas o su dieta ha encontrado en el ADN antiguo y en los análisis de isótopos estables una de sus principales fuentes de información.
Los estudios de paleodieta son posiblemente los que están generando mayores avances en el conocimiento. La paleodieta es analizada fundamentalmente a partir de los denominados como isótopos estables de carbono y nitrógeno. Se trata de unos indicadores presentes en el colágeno de los huesos humanos que permiten conocer el tipo de alimentación consumida durante varios años antes de la muerte del individuo.
Investigadores de la Universidad de Granada (UGR) (España) han determinado, mediante el análisis de la dieta de las poblaciones del pasado en las colecciones antropológicas de las necrópolis megalíticas de Panoría (Darro, Granada) y El Barranquete (Níjar, Almería), que aunque las comunidades megalíticas variaran sus hábitos de alimentación a lo largo del tiempo, no existieron diferencias sociales relevantes en el tipo de alimentos ni en la proporción de proteínas consumidas.
Así, la homogénea alimentación, junto con unas prácticas rituales y funerarias donde se enfatizaba la colectividad frente a la individualidad, “evidencian que las poblaciones megalíticas se caracterizaron por mantener unas relaciones sociales basadas esencialmente en valores como la igualdad, la reciprocidad y la solidaridad”, señala el autor principal de este trabajo, el investigador del departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada Gonzalo Aranda Jiménez.
Las necrópolis megalíticas de Panoría y El Barranquete son cementerios formados por tumbas construidas con grandes losas de piedra o muros de mampostería, que delimitan cámaras funerarias a las que se accede mediante un corredor o pasillo.
Las excavaciones realizadas por los investigadores de la UGR han evidenciado que son lugares de enterramiento colectivo, donde se enterraron individuos de ambos sexos y de todas las edades.
Una de las principales características de estos sitios funerarios es su largo periodo de uso. En el caso de Panoría los primeros enterramientos se realizaron entre el 3525-3195 a.C., aproximadamente unos 5500 años, y los últimos ocurrieron entre el 2125-1980 a.C., hace unos 4000 años. Por su parte, en la necrópolis de El Barranquete los enterramientos más antiguos se realizaron entre el 3030-2915 a.C, hace unos 4000 años, y los más recientes se produjeron entre el 1075-815 a.C., unos 2000 años desde el presente. En ambos casos, el uso ritual y funerario se prolongó durante más de 1000 años.
Entre ambas necrópolis, los investigadores han analizado 52 muestras pertenecientes a otros tantos individuos: 19 procedentes de Panoría y 33 de El Barranquete. Además de las mediciones de isótopos de carbono y nitrógeno, también registraron los valores de sulfuro para las muestras de El Barraquete, con el objetivo de establecer con mayor precisión el uso de alimentos de origen marino, dada la proximidad de esta necrópolis al mar Mediterráneo del que dista escasos kilómetros.
“Nuestros resultados muestran una dieta basada en el consumo de proteínas de origen terrestre -plantas, proteínas animales y productos lácteos- donde los alimentos de origen acuático estuvieron ausentes”, destaca Aranda Jiménez.
Los valores del nitrógeno se mantienen constantes a lo largo de todo el periodo, documentándose la principal diferencia en el incremento del carbono en los momentos más recientes. Este hecho es consistente con el proceso de intensificación que se produjo en las prácticas agrícolas basado en el cultivo de cereales, especialmente de cebada.
Estas diferencias en los valores isotópicos muestran los cambios culturales que se produjeron a lo largo del dilatado periodo de uso funerario, “pero sin embargo también evidencian una alimentación homogénea entre los individuos que se enterraron en diferentes momentos cronológicos y culturales”.
A la luz de los resultados de este trabajo, sus autores concluyen que durante buena parte de nuestra historia, las identidades sociales se construyeron a partir de nuestra identificación con la colectividad y con unas relaciones ajenas a cualquier tipo de división social permanente y estructural.
“El estudio de las poblaciones megalíticas demuestra que las relaciones coercitivas y de explotación que rigen las sociedades actuales son la excepción, pero no han sido la norma”, indica Aranda Jiménez. (Fuente: UGR/DICYT)