La participación cívica de las personas mayores se ha asociado con una mejora de la función cognitiva y de la salud física y mental, entre otros aspectos. Esta es una de las principales conclusiones de un estudio liderado por Rodrigo Serrat, investigador posdoctoral del Grupo de Investigación en Gerontología de la Facultad de Psicología de la Universitat de Barcelona (Catalunya, España), que ha revisado los trabajos publicados en este ámbito durante los últimos 55 años. El estudio, en el que han participado los investigadores de la UB Feliciano Villar y Camila Gómez, así como Thomas Scharf, de la Universidad de Newcastle (Inglaterra), también ha identificado carencias en los análisis actuales, como la escasez de datos procedentes de fuera de Estados Unidos o de trabajos que tengan en cuenta la trayectoria vital y la diversidad de las personas implicadas en proyectos cívicos. Según los investigadores, entender estas variables es clave para diseñar políticas que fomenten la participación y permitir que las voces de las personas mayores sean escuchadas y representadas en los ámbitos públicos.
Organizaciones como la ONU o la Comisión Europea han priorizado en sus programas la participación cívica como elemento clave para logar un envejecimiento activo y saludable. «La evidencia disponible muestra que la participación cívica tiene un impacto positivo sobre la salud física y psicológica y la calidad de vida de quienes se implican en ella, así que no solo mejora la comunidad, sino que mejora la propia vida de quien participa. Por eso, la participación está en todas las políticas para promover el envejecimiento activo, porque estaríamos ante un escenario de doble ganancia: las comunidades se benefician y los mayores también», explica Rodrigo Serrat.
Para entender mejor este fenómeno, el equipo de la UB ha revisado 429 documentos que investigan la participación cívica o ciudadana. «Las formas colectivas de participación social, especialmente el voluntariado, son las más investigadas, pero otras actividades muy comunes como ayudar a amigos o a personas del barrio, acudir a manifestaciones o recoger firmas para una causa social, se han investigado poco», explica el experto.
En la revisión se han analizado artículos científicos de todo el mundo, pero el 54 % de los trabajos disponibles y los datos en los que se basan provienen de Estados Unidos, muy por encima de los estudios con muestras de otros países, como Australia (6,6 %), Reino Unido (4 %), Canadá (3,7 %), Países Bajos (3,1 %) o España (2,9 %). Esta concentración de la investigación supone un problema para comprender el fenómeno y también para diseñar políticas públicas.
«El contexto determina aspectos como las posibilidades y las restricciones para la participación ciudadana de las personas mayores, pero también qué entendemos por implicación cívica y qué formas de ayuda al otro son más comunes. A pesar de ello, casi todo lo que sabemos —y que en algunos casos se incorpora a las políticas de fomento de la participación— proviene del ámbito anglosajón y, por tanto, quizás sea poco aplicable a España u otros países», alerta Rodrigo Serrat.
La importancia del contexto se puede apreciar en los datos que existen sobre España, donde la participación cívica es muy baja, al contrario que en los países nórdicos. «En España las personas mayores participan muy poco en voluntariados o en tareas políticas como ser miembro de un partido. En cambio, la participación es muy familiarista, es decir, la ayuda se centra en cuidar a miembros de la propia familia —nietos, dependientes, etc.—, actividades que no entrarían en la definición de participación cívica porque el componente de voluntariedad podría estar en entredicho», puntualiza el investigador.
El perfil habitual de las personas mayores que se comprometen en la acción ciudadana, especialmente en el ámbito político, posee unas características muy concretas. «Se trata de una élite: son aquellas personas que están sanas y tienen un nivel educativo alto, tiempo, ingresos y determinados recorridos vitales que les permiten entender la lógica de las organizaciones. El resto participa poco, y tampoco están representados por esa élite», apunta el experto.
La revisión ha detectado la ausencia de estudios que tengan en cuenta esta diversidad de las personas mayores, sus diferentes motivaciones y, sobre todo, las barreras con las que se encuentran para implicarse cívicamente. «Durante la etapa de la vejez es cuando más diferentes somos, porque estamos más marcados por nuestra trayectoria vital, educación, experiencias, salud… Por eso, pensar que el de la participación es un colectivo homogéneo no es una forma adecuada de aproximarse al fenómeno», aclara Rodrigo Serrat.
Según los investigadores, incluir las perspectivas de género, raza, orientación sexual, estado de salud o nivel socioeconómico en la investigación en esta área permitiría entender la problemática específica de los diferentes colectivos y también mejorar el diseño de políticas públicas que fomenten la participación de este sector de la población que, por unos u otros motivos, está excluido de ella.
«Algunas proyecciones avanzan que en 2050 un tercio de la población en España tendrá más de sesenta años, pero la gran mayoría de estas personas no está involucrada en aspectos clave como definir el futuro de la comunidad. Para solucionarlo, las políticas públicas no deberían pensar en un colectivo abstracto, sino que deberían tener en cuenta el contexto y las diferencias entre las persones mayores, así como qué barreras específicas enfrenta cada grupo», concluye el experto. (Fuente: U. Barcelona)