Una colina inesperada se alza en el corazón de Nørrebro, un distrito de Copenhague con fuerte concentración de inmigrantes que vive un rápido proceso de gentrificación. La elevación, insólita en una ciudad asombrosamente plana, se encuentra rodeada de edificios decimonónicos, pero también de bloques modernos. La hierba está cuidadosamente recortada, y dos estudiantes charlan tranquilamente tumbadas sobre una manta en una desapacible tarde primaveral. El prado no tiene árboles, solo arbustos. Pero la colina es un trampantojo, no existe: es en realidad el techo de un polideportivo y fue construida dentro de un plan de la capital de Dinamarca para crear tantos jardines en las azoteas como sea posible, ya sea como parques, para plantar huertos urbanos o para aprovechar el agua de lluvia, con el objetivo de refrigerar los edificios en verano. Elegida tres veces seguidas por la revista británica de tendencias globales Monocle como la ciudad más habitable del planeta, capital verde europea en 2014 y designada por una investigación de The Economist Inteligence Unit como la capital más sostenible de Europa –Madrid ocupaba el número 12 de las 30 estudiadas–, Copenhague se encuentra inmersa en una revolución verde que afecta a todos los aspectos de su vida urbana. Una de las escuelas financieras más prestigiosas del mundo, la London School of Economics, publicó recientemente un estudio sobre el proceso que “ha llevado a Copenhague a transformarse en el líder en economía verde en todo el mundo”. El informe concluía que la reducción de emisiones y la apuesta por políticas medioambientales no solo son buenas para el planeta, sino que se han transformado en un negocio estupendo para el país nórdico. El objetivo de la ciudad danesa es convertirse en 2025 en la primera capital del mundo neutral en cuanto a emisiones de carbono. Están convencidos de conseguirlo: desde 1990 han reducido las emisiones un 40% y desde 1980 el PIB de Dinamarca ha subido un 80%, pero el consumo energético se ha mantenido al mismo nivel. “Lo que estamos haciendo aquí es nuevo, ocurre por primera vez”, explica en su despacho el ministro danés de Clima, Energía y Construcción, Rasmus Helveg Petersen, de 46 años. Que estas tres carteras estén agrupadas en un mismo Ministerio es toda una declaración de principios. “Hace 20 años, Dinamarca era famosa por el porno y el beicon; ahora, por la transición hacia una economía sostenible”, agrega este político del centrista Partido Social Liberal. En su despacho con magníficas vistas sobre los canales del centro de Copenhague, Petersen muestra un mapa de Groenlandia, un territorio ártico que pertenece a Dinamarca. “Si este hielo llegase a fundirse, el agua inundaría toda esta ciudad. Es una cuestión de sentido común, pero además es bueno económicamente para el país”. Un cambio que comenzó en los años setenta En el caso de la capital danesa, el cambio empezó en los años setenta, cuando, durante la crisis del petróleo de 1973, sus ciudadanos exigieron a sus representantes que apoyasen una nueva forma de transporte urbano: la bicicleta. Hoy sigue siendo el signo más evidente de la transformación de la ciudad: las bicis están por todas partes. El objetivo de las autoridades municipales es que a finales de 2015, el 50% de los desplazamientos urbanos se hagan en este vehículo. El 90% de los padres llevan a sus hijos al colegio en bicicleta o caminando. En el centro, en el que habitan unas 700.000 personas, la bicicleta ya se usa en el 63% de los desplazamientos, pero el objetivo es que se generalice en el gran Copenhague, en el que viven dos millones de personas –la población total de Dinamarca es de 5,6 millones–. Para eso han construido autopistas para ciclistas que unen los barrios periféricos con el centro. Pero se han tomado más medidas: carriles bici cada vez más amplios con un sistema, llamado Ola Verde, que sincroniza los semáforos en las horas punta de tal forma que si los ciclistas circulan a 20 kilómetros por hora, los encontrarán siempre en verde. En varios puntos de la ciudad, paneles automáticos cuentan el número de bicicletas que pasan: al final del día son decenas o cientos de miles, depende del punto. Y cuando nieva, nadie tiene ninguna duda: primero se despejan los carriles bici y luego, si da tiempo y muchas veces después de la hora punta, las calles. Pero las decenas de proyectos que están transformando Copenhague no se centran solo en dos o cuatro ruedas, eso ya es terreno conquistado: están los jardines en las azoteas y la construcción de una nueva incineradora para calentar la ciudad con biomasa y basura orgánica que tendrá una pista de esquí encima. Como en muchos países del norte de Europa, la calefacción es urbana y alcanza al 98% de las casas. Este proyecto, que costará 460 millones de euros, es obra del estudio de Bjarke Ingels y puede verse desde la zona portuaria, que vive también un gran proceso de renovación. Los nuevos puentes que unen estos barrios con el centro de la ciudad son solo para bicicletas. Los camiones de reparto están empezando a ser equipados con un sistema de GPS que, a cambio de circular a menor velocidad (y, por tanto, producir menos emisiones), les ofrece rutas con todos los semáforos en verde. También la ciudad ha firmado un acuerdo con Hitachi para cruzar los datos urbanos y aplicar técnicas de big data a la eficiencia ecológica. En el puerto, entre edificios futuristas que han recibido las críticas de algunos ciudadanos por los elevados precios de las viviendas, se pueden entrever en el horizonte las aspas de molinos de viento para la producción de energía eólica, que se han convertido en uno de los símbolos del país –actualmente representan el 20% del total de las exportaciones de Dinamarca–. Pueden verse en el mar cuando el avión se aproxima a Copenhague, pero también en diferentes puntos de la ciudad. La ley obliga a que el 50% de la propiedad de los parques eólicos sea una cooperativa, de tal forma que implica a los vecinos en los proyectos. Actualmente, el 33% de la energía se produce por renovables, aunque el objetivo es que para 2020 sea el 50%. Es posible exportar el modelo a ciudades diferentes? Sin embargo, la posibilidad de exportar todos estos proyectos genera cierto escepticismo por las características especiales de Copenhague: es una ciudad ideal para las bicis, porque es muy plana; tiene mucha agua y, por tanto, es fácil mantener las zonas verdes; la calefacción central de la ciudad, que nació como una parte más del Estado de bienestar, es ahora un instrumento muy útil para reducir las emisiones; tiene mucho viento, lo que ayuda a la apuesta eólica; está en el mar… Y, sobre todo, es la capital de un país rico. Pese a que se ha visto sacudido por la crisis, su renta per capita fue en 2014 de 60.000 dólares (entre las más elevadas de la UE, después de Luxemburgo y Suecia, y casi el doble de la española), con una enorme inversión en educación (con un 7,8% de su PIB, es el segundo país de la UE que más invierte en esta materia). Por otro lado, si Dinamarca no logra exportar su modelo, su esfuerzo será ampliamente insuficiente, ya que es responsable solo del 0,1% de las emisiones en todo el mundo. “No tiene que ver con ser ricos o pobres”, responde a las dudas el vicealcalde Kabell. “Es una responsabilidad global, porque no se puede olvidar que la mayoría de las emisiones se producen en países ricos. Estudiamos todas las áreas de la sociedad y vemos qué soluciones podemos ofrecer”. El ministro de Medio Ambiente se pronuncia en el mismo sentido: “Colaboramos con muchos países. Pero por encima de todo es una estrategia política: es un problema con el que no podemos vivir, no podemos mirar hacia otro lado. Nosotros tenemos condiciones especiales, de acuerdo, pero cada país tiene que estudiar sus condiciones especiales y aprovecharlas”. La ciudad del futuro siempre ha tenido algo de pesadilla, ya sea Los Ángeles hostil y lluvioso de Blade Runner, en el que es imposible distinguir a los humanos de los replicantes, o el desolador Londres de Hijos de los hombres, de P. D. James, en el que todo ha salido mal, los seres humanos no pueden reproducirse y los inmigrantes son confinados en guetos en una urbe sucia e interminable. Sin embargo, la apuesta de Copenhague es transformar el discurso, cambiar la distopía por la utopía. El profesor de economía Robert J. Shiller, de la Universidad estadounidense de Yale, publicó hace poco en The New York Times un artículo centrado en la ciudad titulado “Cómo el idealismo, expresado en pasos concretos, puede luchar contra el cambio climático”. “Creo que los economistas son remisos a reconocer el idealismo como una fuerza en la sociedad”, explica por correo electrónico. “Pienso que toda la historia del idealismo en Copenhague es muy compleja. No es nueva. La resistencia danesa durante el Holocausto es legendaria y lograron salvar a casi todos sus judíos. ¿Por qué Dinamarca es diferente? No sé la respuesta, pero lo que es relevante es que están demostrando un idealismo extraordinario para frenar el cambio climático. La gente sabe que cuando montan en bici llevan a cabo un acto simbólico que ayuda a otro a renovar su idealismo. En otros países, cuando se ve a alguien en bici se piensa en deporte. Quizá podemos exportar el idealismo danés; de hecho, creo que se está trasladando a otros lugares. Es una cuestión de asumir el liderazgo”