Conocer nuestro entorno es aprender a protegerlo. De cómo sea ese conocimiento, más a nivel cualitativo que cuantitativo (cómo y no cuánto) dependerá nuestra mayor o menor capacidad de comprensión sobre sus características y necesidades. En este caso, la mejor práctica es una buena teoría aunque, por lo general, ésta de poco servirá si no estamos en contacto directo con la Naturaleza. Idealmente, ese contacto directo nos permitirá tener una experiencia completa, aplicar aquello que sabemos, de forma práctica y sin perder rigor. Sin embargo, no siempre se puede pasar a la acción. O todo lo contrario, abstenerse de hacerlo, porque de ambas maneras es posible ayudar al planeta. Sí podremos hacerlo, aplicar teoría y al tiempo tener un contacto directo, si somos curiosos con los libros (casi todo está en los libros y en la red…) y también con lo que nos rodea, centrándonos en nuestro entorno más inmediato. Hacerlo es apostar, simbólicamente, por salvar la Tierra. Y es que interesarse por aquello que tenemos a la altura de nuestros sentidos para respetarlo y, todavía mejor, protegerlo, es la base del cambio, una manera de aportar tu granito de arena para mantener viva la esperanza de un mundo mejor. Acercarse al entorno más inmediato Conocer no solo es saber. Si bien los conocimientos nos ayudan a conocer el ecosistema de nuestro alrededor -ya sea el mismo balcón, el jardín, el parque de al lado de casa o las zonas verdes naturales más cercanas, pongamos por caso-, sensibilizarnos y respetar se necesita algo más que conocimientos. Mucho más, en realidad. Conocer para saber proteger significa entender que más allá de familiarizarnos con la flora y la fauna, con las amenazas que ponen en peligro las especies o los ecosistemas, está la ética y la actitud eco-amigable que se traduce en responsabilidad ambiental. Es, en realidad, cuestión de actitud y sensibilidad, esa que no proporciona el conocimiento teórico ni el enfoque utilitarista, una conexión con el entorno que convierte el conocimiento en cuidado y protección. El respeto a la vida es algo que se ve como natural, que se desea y se lleva a cabo por una simple cuestión de justicia. Lejos de utilitarismos, de intereses económicos, de comodidades y egoísmos, cuidar el planeta a través de lo más inmediato se convierte en un fin en sí mismo. ¿Por qué hacerlo? Se lo debemos al planeta, nuestro hogar, simplemente. Respetar, sentirse parte de un todo El entorno más inmediato, en efecto, es una escuela de aprendizaje para lograr ser mejores personas, más respetuosas con otros seres vivos, el mundo animal y vegetal que habita cerca de nosotros. Entre otras muchas posibilidades, podemos optar por plantas locales en peligro de extinción en lugar de plantas exportadas, que exigen mucho riego y no suponen un refugio para la biodiversidad de la zona. Ayudar a los erizos silvestres, grandes paseadores nocturnos, a entrar en nuestro jardín removiendo obstáculos es otra de las posibilidades. O, por supuesto, ayudar a controlar colonias felinas mediante esterilización y alimentación para convertir un potencial peligro de salud pública en una riqueza ambiental. A la hora de ir al campo es obligado practicar un senderismo respetuoso, observar a los pájaros y otros animales desde la distancia, sin molestarlos, no arrancar plantas en general, sobre todo si están en peligro de extinción y, en fin, respetar la biodiversidad. Igualmente, estos consejos son aplicables si vamos de acampada libre. Conocer nuestro entorno para aprender a protegerlo Además de respetarla será fácil fomentarla a través de la jardinería o de un mini huerto urbano. Hacer las cosas bien requiere algo más que utilizar productos ecológicos y prescindier de pesticidas y fertilizantes químicos. Solo cuando se conoce bien la biodiversidad se puede hacer agricultura ecológica, tanto para convertirla en aliado nuestro, pues el entorno conseguirá un equilibrio que actuará por sí solo a la hora de prevenir plagas y de obtener una buena cosecha. Solidaridad y empatía En la vida cotidiana nos encontramos con situaciones que ponen a prueba nuestro espíritu crítico. Conocer es fundamental para poder opinar, qué duda cabe, sobre todo cuando además sabemos conectar de forma empática y ser solidarios con animales maltratados y con entornos explotados. De nuevo, podemos citar multitud de ejemplos. El típico ejemplo de la rana que acaba abierta en canal sobre la mesa del laboratorio del colegio para que los niños aprendan anatomía es perfecto. Conocerla en su medio sería mucho más aleccionador, eso por descontado, y no solo para aprender acerca de los anifibios, sino también para saber de su importancia para el ecosistema. No utilizarla en el laboratorio es, por lo tanto, un signo de inteligencia bien entendida. El caso de Jane Goodall también es paradigmático. La famosa primatóloga que con su ejemplo ahora golpea conciencias para sensibilizarnos sobre la importancia de respetar la vida salvaje, era una gran conocedora de los primates. Su experiencia posterior con ellos acabó transformando su vida. Entregada a ellos, es una clara demostración de que conocerlos a través de la ciencia y de la convivencia es la fórmula perfecta para implicarse. Rachel Louise Carson, precursora del ecologismo, también sirve de inspiración en este sentido. Conocer su biografía es entender lo importante que es el binomio del conocimiento y la empatía. Ella sentía fascinación por todo lo relacionado con el océano y, aunque vivía en una zona de interior, acabó estableciéndose en la costa de Maine, junto a su adorado mar, una mudanza que se saldó con un enorme éxito de sus libros a nivel mundial. Son casos célebres que demuestran la importancia de implicarse con el entorno conociéndolo en pleno apogeo. La Naturaleza solo lo es cuando no se domestica. Es esencial conocerla tal cual, sin aderezos de ni ngún tipo. Lejos de los zoos, de los jardines que la meten en cintura, la pervierten y maltratan. En este punto, las asociaciones conservacionistas son un buen punto de apoyo para aprender y ayudar demostrando empatía. Apoyarlas es acercarse a un mundo desconocido, a distintos ecosistemas de gran riqueza que están siendo explotados por el ser humano. La cercanía, acceder a información que los medios de comunicación no suelen subrayar, y que a menudo incluso silencian, es un paso fundamental para apoyar las causas, por ejemplo contra la caza de focas o las granjas de visones, la producción de paté, la deforestación, la basura plástica que poluciona el océano, el uso de animales en el circo…. Y, por supuesto, también para luchar contra el maltrato animal y muerte en la industria cárnica. Implicarse es hacer la diferencia. Pero para implicarse hay que conectar con esa injusticia. La cercanía, provenga de la información, de ese sentimiento empático que no necesita palabras o de esa adhesión que provoca una imagen elocuente, sensibiliza y conciencia. La necesidad de actuar será el siguiente gran paso. Hay mil maneras de ayudar, y empezar supone un punto de no retorno. Nuestro comportamiento cambia, nuestra mente, estamos conectados con el exterior. Solo el saber, el conocimiento y el sentimiento nos hace espíritus críticos, almas libres, y sin esas ataduras es fácil amar al prójimo, al margen de su especie… Ecología verde