Como era de esperar, en la víspera de la cumbre mundial del clima que acogerá París del 30 de noviembre al 11 de diciembre todas las expectativas están intactas. Hacía años que un evento climático no despertaba tantas esperanzas y, acabe con acuerdo o fracase, lo cierto es que durante los próximos días el mundo se movilizará por el clima. El inicio del evento ha comenzado incluso antes de inaugurarse. Mientras decenas de miles de personas se manifestaban en marchas por el clima en todo el mundo, se avanzaba en la definición de una hoja de ruta en Le Bourget, el lugar donde se celebrarán las reuniones, a las afueras de la capital. La actividad comenzó un día antes de forma tranquila y silenciosa, con el fin de establecer esa hoja de ruta que ayude a lograr un acuerdo global vinculante como única herramienta capaz de limitar el calentamiento global a 2 grados centígrados. Los representantes de las distintas delegaciones se sumergían en un mar de papeles y afuera, en las calles, miles de ciudadanos hacían oír su voz para recordar la importancia del evento. O, mejor, la importancia de no fallar, de exigir que los líderes políticos asuman su gran responsabilidad de alcanzar el acuerdo. Una gran marcha mundial Desde Sydney a Londres, Madrid, Nueva York o Río, las calles bullían en la víspera de la inauguración oficial de la COP21. Incluso en París, donde se había prohibido su celebración por el estado de emergencia por los atentados del 13 de noviembre. Los defensores del planeta, ciudadanos anónimos, famosos y personalidades han querido dejar constancia en la capital gala de su compromiso con la gran marcha verde. Como era de esperar, contenerla ha sido imposible. En su lugar, 22.000 pares de zapatos han ocupado el lugar de sus manifestantes virtuales la mañana del domingo en la Plaza de la República de París. Una manera de estar sin estar, de reclamar también en la cumbre una silla vacía que represente al activismo ciudadano. Los zapatos del Papa La atención mediática no se ha hecho de esperar. La imagen que ofrecía ese calzado sobre el asfalto finalmente ha concentrado toda la atención de los medios. Su viralidad ha suplido con creces la falta de marchas al uso en la capital francesa, aunque ha habido que lamentar algunas confrontaciones entre ecologistas pacifistas, manifestantes más violentos y las fuerzas policiales. Con el aliciente de la sorpresa que guardaban algunos zapatos. No han faltado, por ejemplo, los zapatos de Ban Ki-moon, Secretario General de las Naciones Unidas, organizador del evento, ni los de las botas y zapatos Marion Cotillard Vanessa Paradis. Incluso el Vaticano quiso simbolizar el compromiso de Francisco a favor de salvar el planeta colocando también unos zapatos en su nombre. Una vez finalizada la manifestación “zapatil”, los zapatos se entregarán a ONGs. Sería un acuerdo histórico Mañana bien temprano, lunes el presidente Francois Hollande dará un discurso de bienvenida y más tarde abrirá oficialmente la COP21. No será hasta el mediodía cuando todos los jefes de Estado empiecen a hablar. Cada uno lo hará durante 5 escasos minutos, pero es más que seguro que sus posiciones no dependerán de lo que se diga en estas ingervenciones. En realidad, están claras desde hace tiempo y se manifestarán durante la cumbre. ¿Qué ocurrirá, habrá acuerdo? Los casi doscientos países firmantes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) han de comprometerse a desarrollar este texto con medidas concretas. O, lo que es lo mismo, el objetivo principal, en realidad único de la cumbre es conseguir ese compromiso de forma global y vinculante. Un acuerdo mínimo para frenar la emisión de gases de efecto invernadero por debajo de los 2 grados centígrados a final de siglo sería un gran éxito. El Protocolo de Kioto ha logrado metas interesantes, pero no contaba con el apoyo de muchos países, entre ellos algunos de los más contaminantes, como China y Estados Unidos. Esta vez, solo es válido un acuerdo global de cumplimiento obligatorio, pues no se ha conseguido nada similar hasta ahora. Lograrlo sería un hecho histórico. De firmarse, comenzaría a aplicarse a partir de 2020 y se plasmaría en políticas de reducción de gases de efecto invernadero. Pero para ello luego cada país ha de ratificarlo internamente. El tratado no impone objetivos concretos a cada parte firmante en la disminución de CO2. Cada país deberá cumplir los compromisos de reducción de emisiones presentados de forma voluntaria para 2025 y 2030. El talón de Aquiles del tratado Sin embargo, en esa voluntariedad podría estar el talón de Aquiles del tratado. Por un lado, el hecho de dar facilidades a los países para que fijen sus compromisos de reducción representa un serio riesgo de que el esfuerzo acabe siendo en vano. La misma ONU ha manifestado que dejar que cada país ponga sus metas va a dar como resultado que la temperatura a final de siglo se dispare por encima de los dos famosos grados. La ONU habla de una subida de un mínimo de 2,7 grados y otras organizaciones han estipulado que con los objetivos propuestos fácilmente puede llegar hasta cuatro grados. Un problema que podría resolverse revisando esas metas cada cierto tiempo para ir ajustándolas al los dos grados. En el peor de los casos, si se firma y no se cumple ni siquiera lo pactado podrían estipularse sanciones pero, hoy por hoy, esa posibilidad se ve como algo muy lejano. En la práctica se intenta evitar la cuestión para no disuadir a su firma. :fuente: ecologiaverde