La comunidad científica tiene esperanzas de encontrar vida en otras partes del universo gracias a la nueva generación de telescopios gigantes en construcción. A través de ellos, se espera analizar en detalle las atmósferas de otros planetas. Actualmente ya se dedican grandes esfuerzos a la investigación de lo que se conoce como ‘biomarcadores’, evidencias observacionales que podrían detectarse en otros planetas y que nos permitirían afirmar con certeza que existe vida.
Sin embargo, una cosa es localizar formas de vida y otra muy distinta, civilizaciones inteligentes o con capacidad tecnológica. En este contexto, el investigador Héctor Socas del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC) (España) plantea un método para buscar esa inteligencia no humana usando tecnologías que ya tenemos.
Desde los años 80 se han efectuado búsquedas de señales de radio procedentes de otras civilizaciones, hasta ahora sin éxito. Esto no es sorprendente considerando que estas emisiones procedentes de una sociedad como la nuestra serían indetectables a distancias interestelares, salvo que fueran intencionadamente focalizadas en la dirección del receptor.
En la literatura científica se ha propuesto buscar otros tecnomarcadores, como las populares ‘esferas de Dyson’, que serían hipotéticas megaestructuras artificiales construidas alrededor de una estrella para recoger su luz y alimentar las necesidades energéticas de una civilización muchísimo más avanzada que la nuestra.
La propuesta de Socas, que detalla en la revista The Astrophysical Journal, plantea un nuevo tecnomarcador, cuya peculiaridad reside en que estaría producido por conocimientos y métodos accesibles hoy y centrados en una región del espacio muy interesante llamada ‘cinturón de Clarke’, en homenaje a Arthur C. Clarke, escritor que trató sobre el uso de órbitas geoestacionarias para telecomunicaciones. A su alrededor, a unos 36.000 km de altura, orbitan los satélites geoestacionarios utilizados en un gran número de aplicaciones prácticas.
En la investigación se muestran diferentes simulaciones de ‘exocinturones de Clarke’ para determinar cuál sería la huella que dejarían, cuando el planeta al que rodea transitara por delante de su estrella disminuyendo su brillo, uno de los métodos habituales para detectar exoplanetas.
Las condiciones óptimas de observación se dan en planetas que orbitan en torno a estrellas enanas rojas, las más idóneas para su búsqueda. Además, el artículo detalla cómo podrían distinguirse, mediante observaciones, estos cinturones artificiales y los anillos naturales.
De esta manera, los actuales proyectos espaciales, cuya misión es descubrir tanto exoplanetas como sus lunas y anillos, servirían para detectar este marcador. “Es una búsqueda que nos sale gratis”, explica Socas, que añade: “Simplemente tenemos que mantener los ojos abiertos, por si acaso detectamos estas huellas en los datos”.
De momento el cinturón de Clarke de la humanidad (nuestros satélites geoestacionarios y geosíncronos) está demasiado despoblado como para ser detectable a distancias interestelares, al menos con nuestra capacidad de observación actual. Aproximadamente dos tercios de los satélites que existen se encuentran en la región llamada ‘órbita baja’, que comprende los primeros cientos de kilómetros de altura y es donde la basura espacial resulta un problema importante.
La órbita de Clarke se encuentra más alta y está más despoblada, acogiendo un tercio de los satélites en un espacio mucho mayor. Sin embargo, los datos de la publicación muestran que, a lo largo de las últimas décadas, la densidad de satélites en esta órbita ha ido aumentando exponencialmente. De continuar este ritmo, en el año 2200 nuestro cinturón de Clarke sería detectable desde otras estrellas.
El proceso podría acelerarse si se abarata el acceso a la órbita con los nuevos cohetes reutilizables o mediante la construcción de un futuro ascensor espacial. Sin embargo, también podría ralentizarse si el avance tecnológico dictara otras necesidades.
En cualquier caso, existe un debate abierto sobre si la humanidad debería enviar activamente mensajes al espacio o si, por el contrario, debería escuchar discretamente sin revelar su presencia. “En este contexto, el aumento exponencial de nuestra población de satélites puede acabar convirtiéndose en una señal que nos delate, queramos o no. Es un elemento a tener en cuenta en este debate”, señala Socas.
Ante la pregunta de si se descubrirá algún día un exocinturón de Clarke y, por tanto, una civilización extraterrestre, el investigador indica: “Parece poco probable, pero no cuesta nada mirar. Es como si alguien te hubiera regalado un billete de lotería. Sabes que lo más probable es que no te haya tocado pero, ya que lo tienes, lo compruebas por si acaso”. (Fuente: IAC)