En el ritual de la tucandeira, la hormiga bala, que se realiza en carácter de iniciación masculina en el seno de la tribu sateré-mawé, en la Amazonia, para demostrar fuerza y valentía, los chicos de la aldea deben ponerse unos guantes elaborados con paja (saaripé) llenos de estas hormigas (Paraponerinae) y resistir durante al menos 15 minutos las doloridas picaduras de los insectos.
Eliseth Ribeiro Leão, docente de la Sociedad de Beneficencia Israelita-Brasileña Albert Einstein en São Paulo, Brasil, e investigadora del manejo y el control del dolor en pacientes de hospitales y en poblaciones vulnerables tales como personas que viven en la calle, quedó intrigada al respecto de cómo resistían y trataban tamaño dolor estos indígenas tras el ritual realizado en la selva. “Imaginaba cómo sería el proceso inflamatorio que esos indígenas exhiben cuando se sacan los guantes de sus manos y qué hacen para curárselo”, dijo.
Con el fin de hallar una respuesta a ésta y otras cuestiones, la investigadora emprendió un estudio inédito sobre los dolores de los indígenas de la Amazonia y cómo éstos los tratan. Este trabajo, producto de la maestría de Elaine Barbosa de Moraes bajo la dirección de Ribeiro Leão, contó con el apoyo de la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de São Paulo – FAPESP, y se presentó en julio durante el VIII Congreso Interdisciplinario del Dolor (Cindor) de la Universidad de São Paulo (USP). Y se lo presentará también durante el mes de septiembre en el Congreso Mundial del Dolor de la International Association for Study of Pain (IASP), que tendrá lugar en Boston, Estados Unidos.
“Existe una visión que indica que los indígenas soportan el dolor causado por rituales como el de la hormiga bala, pero no se sabía cómo comunicaban ése y otros dolores que sienten, ni tampoco cómo los tratan”, declaró Ribeiro Leão. “Decidimos mapear el perfil del dolor y de la experiencia dolorosa de los indígenas, y también identificar qué tipo de tratamiento utilizan para aliviarlo.”
Durante 23 días entre junio y julio de 2017, Ribeiro Leão y Barbosa de Moraes visitaron las tribus matis, kanamary y marubo en la zona de Vale do Javari, en la frontera de Brasil con Perú y Colombia, a 1.100 kilómetros de Manaos, la capital del estado brasileño de Amazonas.
Para llegar a esa zona, en donde se registra la mayor densidad de pueblos indígenas aislados del mundo, tuvieron que viajar en un barco hasta la primera aldea, la de los matis. La embarcación cargaba tanques de gasolina suficientes como para asegurar el abastecimiento de ida y vuelta, por eso viajaron con el miedo constante ante la posibilidad de que el combustible fuese saqueado. Un tiempo similar de navegación requirió llegar a la aldea kanamary.
Con la ayuda de intérpretes, las investigadoras entrevistaron a 45 indígenas de las tres etnias, mediante preguntas tales como de qué forma sentían dolor, si era fuerte, moderado o débil y dónde les dolía, amén de factores que contribuían para empeorar o mejorar.
Para la sorpresa de las científicas, al momento de la entrevista, entre los indígenas el 77,8% afirmó que sentía dolor fundamentalmente musculoesquelético (el 73,2%), localizado en las extremidades inferiores (el 46,6%), en la columna (un 37,9%), en las articulaciones (el 35,5%), en las extremidades superiores (un 33,3%) y en el abdomen (el 24,4%).
Con relación a la intensidad del dolor, las respuestas fueron divididas. Mientras que el 37,8% de los 45 participantes en la investigación declaró sentir dolores fuertes, otro 33,3% alegó una intensidad débil. Y otro 26,7% no supo responder ante esta pregunta.
“Observamos que el dolor entre los indígenas es bastante prevalente y está sumamente relacionado con el estilo de vida. Los indios de las tres etnias trabajan diariamente en el campo rozado, salen a cazar y cargan mucho peso, troncos por ejemplo, a través de largas distancias. Esto genera una sobrecarga del sistema musculoesquelético y desencadena este tipo de dolor en ellos, muy similar al que sienten los trabajadores rurales”, dijo Ribeiro Leão.
Las investigadoras también evaluaron la “calidad” del dolor de los indígenas de las tres etnias al pedirles que expresasen espontáneamente cómo era su dolor, toda vez que no existen cuestionarios validados para su utilización con esta población.
Según Ribeiro Leão, el Cuestionario del Dolor de McGill –un instrumento elaborado en la McGill University, de Canadá, con el cual se analizan las distintas dimensiones del dolor mediante 72 descriptores sensitivos, afectivos y cognitivos con el objetivo de medir la experiencia dolorosa– es complejo y en ocasiones de difícil comprensión.
Las palabras espontáneas que emplearon los indios para expresar la experiencia del dolor fueron muy similares a las existentes en el cuestionario elaborado por la universidad canadiense para evaluar el dolor en pacientes de hospitales, por ejemplo. Sin embargo, los indígenas emplearon únicamente descriptores sensitivos para narrar dicha experiencia dolorosa, tales como puntadas y quemazón.
“Constatamos que los indígenas no expresan demasiado la experiencia del dolor desde el punto de vista emocional, tal como lo hacemos en algunas situaciones en las cuales evaluamos que el dolor es desesperante, por ejemplo. Ellos no se quejan del dolor”, dijo Ribeiro Leão.
Al solicitarles a las mujeres que relatasen dolores anteriores, por ejemplo, ninguna de ellas, de ninguna de las tres etnias, hizo referencia al dolor del parto. “Esto demuestra que el dolor para ellas forma parte de un proceso natural y que no es tenido como una anormalidad”, sostuvo.
Una de las hipótesis para explicar la resistencia de los indígenas a la expresión emocional de la experiencia dolorosa está relacionada con los aspectos culturales que interfieren en el umbral del dolor. Debido a que desde la infancia se los compele a aprender a vencer el dolor y pasan por una serie de rituales dolorosos en el decurso de la vida, tal como el de la hormiga bala, esto hace que tengan un umbral más alto de dolor y que contengan la expresión emocional de la experiencia dolorosa.
Otra hipótesis indica que como viven en un sistema económico de subsistencia, de nada sirve quejarse del dolor un día, toda vez que al día siguiente deberán regresar al campo rozado, a cazar y a asegurarse el alimento para sobrevivir.
“Su supervivencia y la de la aldea en donde viven depende de actividades que pueden provocar dolor, tales como cazar, trabajar en la roza y cargar mucho peso. Eso los lleva adaptarse a esos cuadros dolorosos y a convivir con el dolor para poder sobrevivir”, dijo Ribeiro Leão.
La resistencia de los indios a la expresión emocional de la experiencia dolorosa no significa que el dolor no tenga impacto sobre su calidad de vida, ponderó la investigadora. Entre los entrevistados, más del 60% sostuvo que el dolor interfiere en su sueño y en sus actividades diarias, y más del 50% afirmó que afecta sus relaciones. “Cuando el dolor se manifiesta, a veces se recogen durante ese día, no van a trabajar y algunos dicen que se ponen tristes”, dijo Ribeiro Leão.
Para tratar el dolor, de los indígenas entrevistados, el 86,7% afirmó que recurre a la medicina convencional –los “remedios de los blancos”, tales como antiinflamatorios no hormonales, relajantes musculares y corticoides– y el 80% cuenta con la ayuda de la medicina tradicional indígena, los “remedios del monte”, elaborados de acuerdo con las tradiciones de cada tribu con hiervas y otros extractos vegetales.
Pero los “medicamentos de los blancos” fueron apuntados como factores de mejorías del dolor por tan sólo el 22,2% de los indígenas. En tanto, los “remedios de los indios”, que comprenden bendiciones, chamanismo, baños, rezos, veneno de sapo, picaduras de hormigas, cantos y humaredas, fueron señalados como factor de alivio del dolor por el 64,4% de los entrevistados, seguidos por los “remedios del monte”, elaborados con extractos de plantas (el 60%).
“Imaginábamos que tomaban mucha más medicación por vía oral en infusiones de hiervas, pero vimos que en realidad utilizan muchos emplastos, como una resina de isiga, brea o breu-branco [Protium heptaphyllum] mezclada con achiote o urucum [Bixa orellana]”, dijo Ribeiro Leão.
Las investigadoras también entrevistaron a 36 empleados del Distrito Sanitario Especial Indígena –un organismo del gobierno federal brasileño vinculado al Sistema Único de Salud (SUS)–, que brindan atención en las tres tribus de la Amazonia, a los efectos de evaluar de qué manera operan con el dolor de esas poblaciones los agentes sanitarios. En total, el 73% sostuvo que no se investiga el dolor de los indios durante la atención.
Del total de 45 indígenas de las tres etnias que fueron entrevistados, el 37% consignó ejercer la automedicación con los remedios de la medicina convencional, tales como los antiinflamatorios no hormonales. “Esto probablemente obedece al hecho de que no hay un profesional de la salud con formación apropiada que pueda evaluar adecuadamente el dolor que sienten”, dijo Ribeiro Leão.
Con base en las constataciones de este estudio, las autoras elaboraron una cartilla con información y recomendaciones para el manejo del dolor y que contiene conceptos de la medicina convencional y prácticas culturales de la medicina tradicional indígena, a los efectos de facilitar el diálogo entre los profesionales de la salud y los indígenas.
“Esa cartilla se traducirá en los idiomas de las tres etnias y se distribuirá entre los profesionales de los Distritos Sanitarios Especiales Indígenas y entre los líderes indígenas”, dijo Ribeiro Leão. (Fuente: AGÊNCIA FAPESP/DICYT)