De mantenerse en Brasil el actual ritmo de aumento de la obesidad, el país podrá registrar una tendencia de prevalencia similar a la de Estados Unidos y México en 2020, con un 35% de la población con exceso de peso.
Éste es el análisis que se dio a conocer durante un evento realizado el pasado 20 de agosto en São Paulo por la Fundación de Apoyo a la Investigación Científica del Estado de São Paulo – FAPESP junto al Instituto Legislativo Paulista (ILP). El intitulado “Ciclo FAPESP-ILP” congregó a científicos en la Legislatura del Estado de São Paulo (Alesp, por sus siglas en portugués) para debatir el tema “Obesidad”.
La prevalencia de la obesidad en Brasil se ha venido intensificando a partir de los años 2000, y las alteraciones en el patrón alimentario de la población hacen su aporte a la escalada de este problema. Durante las últimas décadas, los brasileños empezaron reemplazar alimentos tradicionales como el arroz, los frijoles y las ensaladas por preparados ultraprocesados.
“Ha habido una intensificación de un ambiente alimentario obesogénico [que causa obesidad] que influyó sobre el estilo de vida y contribuyó para que el problema se expandiera en el país”, dijo Patricia Constante Jaime, docente del Departamento de Nutrición de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de São Paulo (FSP-USP).
De acuerdo con la más reciente Investigación Nacional de Salud publicada por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), el 20,8% de la población adulta brasileña –correspondiente a 26 millones de personas– padece obesidad. La prevalencia de este problema sanitario ha sido registrada en todas las franjas etarias y en todos los niveles de ingresos, y en mayor proporción entre las mujeres que entre los varones.
Con el objetivo de entender mejor la relación existente entre el aumento de la prevalencia de la obesidad y la alimentación, científicos del Núcleo de Investigaciones Epidemiológicas en Nutrición y Salud de la USP (Nupens), del cual Constante Jaime forma parte, estudiaron el patrón alimentario de los brasileños durante las últimas décadas con base en la Encuesta de Presupuestos Familiares del IBGE.
La más reciente edición de dicho sondeo –que se realiza cada 10 años–, publicada en 2009, indicó que los brasileños consumían menos arroz, frijoles, carne, leche, azúcar, aceites y grasas y más panes, galletas, refrescos y otros grupos de alimentos. Pero esta constatación de que ha disminuido el consumo de azúcar, aceites y grasas –nutrientes relacionados con el desarrollo de la obesidad– intrigó a los integrantes del Nupens.
“Si ha disminuido el consumo de esos nutrientes y la obesidad en Brasil está aumentando, hay algo que carece de sentido en la interpretación de este fenómeno”, dijo Constante Jaime.
Los investigadores empezaron entonces a analizar la alimentación con base en el paradigma del nivel de procesamiento de los alimentos y no con base en los nutrientes. El estudio de la dieta desde esa óptica indicó una disminución del consumo de alimentos básicos y un incremento del consumo de alimentos ultraprocesados.
Los alimentos ultraprocesados son fórmulas industriales con ingredientes derivados de alimentos, tales como proteína texturizada de soja con aditivos que realzan su sabor, su textura y su aroma. Estudios realizados con el apoyo de la FAPESP demostraron que esos productos responden por el 20% de las calorías totales en la dieta de los brasileños.
“Los productos alimenticios ultraprocesados no son alimentos industrializados sino fórmulas industriales. Pasan por una serie de procesos que hacen posible identificar su matriz alimentaria, y contribuyen en mayor medida al aumento del consumo de azúcar y grasas saturadas y trans”, dijo Constante Jaime.
Según la investigadora, se dice que estos productos alimenticios ultraprocesados son hiperpalatables –con sumamente sabrosos concentrados que los vuelven irresistibles–, promueven la adicción al consumo de ingredientes tales como el azúcar y alteran el proceso natural de control de la saciedad. “Existen estudios que muestran que esas fórmulas industriales provocan alteraciones en los mecanismos neurológicos relacionados con la saciedad”, dijo.
En la Universidad de Campinas (Unicamp), científicos del Centro de Investigación en Obesidad y Comorbilidades (OCRC) –un Centro de Investigación, Innovación y Difusión (CEPID) que cuenta con el apoyo de la FAPESP– ha constatado que una dieta rica en grasas saturadas es capaz de dañar circuitos neuronales relacionados con la saciedad.
Mediante experimentos con ratones se demostró que las grasas saturadas (el ácido esteárico, por ejemplo) provocan la muerte de un grupo de neuronas existentes en el hipotálamo (una zona del cerebro), conocidas como neuronas POMC.
Estas células son sensores de nutrientes cuya función consiste en avisarle al cuerpo que es la hora de dejar de comer y que hay energía disponible para gastar. Al perder estos sensores, los individuos pasan a sentir cada vez más necesidad de consumir alimentos ricos en grasa y azúcar. Por otra parte, su metabolismo se ralentiza y almacenan gran parte de la energía que suministra esa dieta desbalanceada.
“Tenemos indicios de que otros nutrientes pueden generar la recuperación de esas neuronas que controlan el gasto energético”, dijo Licio Augusto Velloso, coordinador del OCRC, durante el evento.
Además de los cambios en el patrón alimentario, otros factores que pueden contribuir al desarrollo de la obesidad son los trastornos del sueño, los de los ritmos biológicos y los de la producción de melatonina. Esto fue lo que comentó José Cipolla Neto, docente del Instituto de Ciencias Biomédicas (ICB) de la USP.
Estos tres factores son responsables de la regulación del balance energético y del peso corporal. Y regulan también la síntesis de la secreción de la insulina y de otras hormonas importantes para el organismo.
Según Cipolla Neto, el cambio del período de descanso de la noche por el día, la disminución o la privación del sueño y la merma en la producción de melatonina debido a la iluminación nocturna pueden provocar una ruptura en la distribución rítmica de esas funciones biológicas –la denominada cronodisrupción– y desencadenar el desarrollo de la obesidad.
“Una regulación rítmica diaria, que permita la alternancia entre los estados de vigilia durante el día y el descanso nocturno, aparte del sueño y la producción adecuada de melatonina, hacen posible una buena regulación del balance energético y del peso corporal”, dijo.
Otro factor que puede contribuir para el desarrollo de la obesidad es la genética, dijo Carla Barbosa Nonino, coordinadora del Laboratorio de Estudios en Nutrigenómica, vinculado a la Facultad de Medicina de Ribeirão Preto de la USP.
De acuerdo con Barbosa Nonino, se conocen más de 100 genes asociados al gasto energético, al apetito, a la saciedad, a la formación de tejido adiposo y a los metabolismos lipídicos e insulínicos, entre otros factores.
“Hemos procurado analizar la interacción de la nutrición con el genoma y con la salud de pacientes con obesidad. Esta área de la ciencia, denominada nutrigenómica, es relativamente nueva y todos los días se descubren otros genes asociados con la obesidad”, dijo la investigadora.
En un estudio que contó con el apoyo de la FAPESP, Barbosa Nonino y sus colaboradores analizaron a pacientes con distintos patrones genéticos y con determinados polimorfismos en los genes ligados a la obesidad. Los resultados de estos análisis indicaron que el patrón genético puede determinar tanto el índice de masa corporal como la cantidad de grasa corporal. “La genética no es el factor determinante para el desarrollo de la obesidad, sino que es un disparador”, dijo. (Fuente: AGÊNCIA/DICYT)