Para luchar contra el calor veraniego, los edificios residenciales y de oficinas tienden a poner a tope el aire acondicionado, elevando las facturas de consumo energético. En efecto, se estima que los aparatos de aire acondicionado utilizan alrededor del 6 por ciento de toda la energía producida en países como Estados Unidos, con un coste anual de 29.000 millones de dólares, un gasto que sin duda aumentará a medida que avance el Calentamiento Global.
Ahora, el equipo de Nicholas Fang, del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en la ciudad estadounidense de Cambridge, ha desarrollado una película que rechaza el calor y que podría ser aplicada a las ventanas de un edificio para reflejar hasta un 70 por ciento del calor procedente del sol. La película es capaz de permanecer altamente transparente por debajo de los 32 grados centígrados. Por encima de esta temperatura, actúa como un “sistema autónomo” para rechazar el calor. Se estima que si todas las ventanas orientadas al exterior en un edificio estuvieran recubiertas por esta película, sus costes de energía y de aire acondicionado podrían bajar un 10 por ciento.
La película es similar al plástico transparente que se usa para envolver alimentos, y sus propiedades de rechazo del calor proceden de las diminutas micropartículas incrustadas en su interior. Estas micropartículas están hechas de un tipo de material que cambia de fase de un modo peculiar. Se encoge al ser expuesto a temperaturas iguales o superiores a unos 29 grados centígrados. En sus configuraciones más compactas, las micropartículas reducen la transparencia de la película, que pasa a tener un aspecto más traslúcido o esmerilado.
Aplicada a las ventanas en verano, la película podría refrigerar pasivamente un edificio permitiendo al mismo tiempo la entrada de una buena cantidad de luz. El material proporciona una alternativa asequible, y eficiente energéticamente hablando, a las actuales tecnologías de ventanas inteligentes. Fang argumenta que las ventanas inteligentes actualmente en el mercado no son muy eficientes a la hora de rechazar el calor del Sol e incluso, como les ocurre a algunas ventanas electrocrómicas, necesitan energía extra para hacerlas funcionar, de modo que en esencia hay un coste económico cada vez que se vuelven opacas. Fang y sus colegas creen que mediante nuevos materiales y recubrimientos ópticos es factible en muchos casos disponer de mejores opciones de ventanas inteligentes.