Un gato saltó desde la ventana de un edificio de 32 pisos en la ciudad de Nueva York. Esto no sería noticia si no fuera porque el felino “aterrizó” en el suelo sobreviviendo al impacto. Resulta que no es un hecho aislado, y que cuanto más grande sea la caída, más posibilidades tienen los gatos de contarlo.

En el caso del gato que cayó desde el piso 32, después de que los veterinarios le trataran algún diente astillado y sus pulmones, el felino regresó a casa dos días después. ¿Cómo demonios pudo sobrevivir?

Una de las razones la explicamos hace un tiempo y hace referencia a la increíble capacidad que tienen los felinos: deja caer a un gato boca abajo, y casi siempre caerá de pie. Esto ocurre porque los gatos son extremadamente flexibles y pueden torcer sus cuerpos en el aire mientras caen.

Y es que la espina dorsal de los felinos es flexible y sus hombros no tienen clavículas funcionales. Ambas características les permiten modificar a voluntad su momento angular y rotar la parte inferior y la superior del cuerpo en direcciones distintas y de forma simultánea.

En el aire permite al animal girar la espalda sin necesidad de ningún punto de apoyo aparte de sí mismo La habilidad para caer de pie se denomina “reflejo de giro de gato” y aparece alrededor de las 3-4 semanas de vida, pero el animal no aprende a perfeccionar su uso hasta las siete semanas.

Sin embargo, para descubrir cómo los gatos logran ese aterrizaje perfecto en situaciones extremas, una serie de estudios examinó más de 100 caídas de gatos de dos a 32 pisos. Y los hallazgos fueron sorprendentes.

Obviamente, los gatos que cayeron del segundo piso sufrieran menos lesiones que los gatos que cayeron desde el sexto piso. Sin embargo, y aquí viene lo más alucinante, sobre la séptima planta la extensión de las lesiones se mantuvo igual, sin importar lo alto que cayeran los gatos. Entonces, ¿cómo es posible?

De los 132 gatos analizados, todos en caídas que comprendían edificios de entre 2 plantas y 32, la última de las cuales era más que suficiente para que alcancen su velocidad máxima o límite (100km/h), la tasa de supervivencia fue de alrededor del 90%, aunque con diversas lesiones debido al impacto con el suelo.

De los 132 gatos incluidos, aproximadamente 2/3 requirieron algún tipo de tratamiento médico como resultado de su caída, y aproximadamente la mitad de los que requirieron tratamiento (1/3 del total de gatos ingresados) habrían muerto sin tratamiento médico.

Al parecer, todo se reduce a las acrobacias (o a la falta de ellas). Los gatos que cayeron de dos a siete pisos en su mayoría cayeron primero por los pies. Por encima de eso, sin embargo, los gatos utilizaron una técnica diferente. En lugar de colocar sus piernas hacia abajo mientras caían, se extendían como un paracaidista, de forma que aterrizaban por el vientre en primer lugar.

No es un método 100% infalible. El traumatismo torácico, como un pulmón colapsado, o una costilla rota, es más común con este método de aterrizaje. Pero el riesgo de romperse una pierna es mucho menor. Entonces, ¿cómo demonios saben cómo aterrizar?

Tiene que ver con un fenómeno físico llamado velocidad terminal. Al principio, el gato cae más y más rápido bajo la gravedad hasta que cae el equivalente a cinco pisos. En ese momento alcanza una velocidad terminal constante de 100 km/h. En ese instante también, está en caída libre, donde la fricción del aire contrarresta su aceleración bajo la gravedad. Y en ese punto también, ya no se está acelerando y, lo que es más importante, no siente la fuerza de la gravedad.

Y esto es lo que los investigadores creen que está sucediendo. De dos a siete pisos, los gatos no tienen tiempo suficiente para alcanzar la velocidad terminal y prepararse primero para aterrizar por las patas. Pero una vez que alcanzan la velocidad terminal, su instinto cambia y se lanzan “en paracaídas”.

En cualquier caso, esta es una de esas pruebas que la ciencia recomienda encarecidamente que no llevemos a la práctica bajo ningún concepto.

Fuente: es.gizmodo.com

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