¿Para qué sirve un dios? La función de las religiones ha fascinado a los antropólogos durante décadas. Hasta ahora, muchos investigadores pensaban que estos vigilantes omniscientes permitieron la evolución de sociedades complejas, al forzar la convivencia mediante la constante amenaza de castigos sobrenaturales. Un artículo publicado hoy en la revista Nature contradice esta teoría: los dioses moralizantes no fueron un prerrequisito necesario para el nacimiento de la civilización.
“La creencia en dioses moralizantes fue una consecuencia, y no una causa, de la expansión de las sociedades humanas”, resume a Sinc el investigador de la Universidad de Oxford y coautor del estudio, Patrick Savage. “Esto contradice un buen número de teorías sobre la evolución humana”, ya que, según sus resultados, estas deidades supremas “no pudieron ser responsables” de la evolución de megasociedades.
Para saber si fue antes dios o la civilización y establecer una relación de causalidad entre ambos, los investigadores analizaron 414 sociedades repartidas por 30 regiones alrededor del mundo en los últimos 10.000 años, gracias a la base de datos Seshat. Las religiones de los antiguos egipcios, romanos y celtas, así como el budismo y el judaísmo, son algunas de las creencias estudiadas.
Los investigadores añadieron a este big data antropológico 51 medidas de complejidad social. Por ejemplo, la existencia de calendario, escritura, filosofía, moneda, legislación e infraestructuras. También miraron la aplicación sobrenatural de normas morales en estas religiones, ya fuera en la forma de dioses moralizantes como el abrahámico o de conceptos más generales como el karma budista.
“El big data puede revolucionar el estudio de la historia humana”, dice Savage. El investigador pretende utilizar la base de datos Seshat, una colaboración entre antropólogos, arqueólogos y matemáticos, para “poner a prueba otras teorías sobre la evolución humana”. Por ejemplo, “los sacrificios, la agricultura y las guerras”.
El análisis confirmó la relación entre dioses y complejidad social, pero no de la manera en la que los investigadores esperaban. “Algunos autores han defendido que estas deidades fueron necesarias en un primer lugar para facilitar la cooperación entre extraños”, comenta el investigador de la Universidad de Oxford y coautor del estudio, Harvey Whitehouse.
Tiene sentido. En sociedades pequeñas, donde todos los individuos se conocen, es más difícil llevar a cabo comportamientos antisociales sin ser pillado y castigado. Estas represalias pueden ir desde la violencia física al daño en la reputación y el ostracismo. El panorama cambió conforme los grupos humanos crecieron en número: rodeado de extraños, un transgresor lo tendría más fácil para irse de rositas, amparado por el anonimato.
“Para que la cooperación fuera posible en estas condiciones era necesario algún sistema de vigilancia”, explica Whitehouse. Los dioses moralizantes hicieron pensar a los habitantes de estas megasociedades que “estaban bajo el control de un ojo en el cielo”. Esto no solo habría hecho que los ciudadanos se lo pensaran dos veces antes de engañar a un desconocido, sino que habría aumentado la confianza para el comercio.
“Si piensas que creo en una deidad moralizante omnisciente, es más probable que hagas negocios conmigo aunque no conozcas mi carácter o historial”, dice Whitehouse. Es más, el mero hecho de llevar una insignia religiosa “habría ayudado a las personas ambiciosas a prosperar y ganar popularidad conforme las sociedades aumentaron su tamaño y complejidad”.
Según el estudio publicado en Nature, las cosas no fueron exactamente así. Los dioses moralizantes no fueron un prerrequisito para el surgimiento de sociedades complejas, sino una consecuencia de las mismas.
Lo que vieron gracias al big data es que los dioses moralizantes “solo aparecieron tras un fuerte aumento inicial en la complejidad social, una vez que la población alcanzaba el millón de habitantes”, asegura Whitehouse. El investigador teoriza que, llegados a ese punto, la sociedad era tan grande que se volvía “vulnerable” a “tensiones internas y conflictos”.
Sin embargo, aunque los resultados impliquen que estas deidades no dieron a luz a las civilizaciones, sí fueron una herramienta que les permitió “continuar prosperando” a pesar de estos roces. Durante las etapas más avanzadas “forzaron” la cooperación mediante el miedo a ofender a un poder superior.
Los investigadores sí que detectaron un ingrediente que, según Whitehouse, “pudo ayudar” durante las etapas iniciales a potenciar la cooperación: los rituales colectivos. “Se estandarizaron a través de su repetición diaria o semanal, y aparecen mil años antes que los dioses moralizantes”, comenta.
En opinión del antropólogo, estos nuevos tipos de rituales, que implicaban “actuaciones frecuentes ejecutadas por una jerarquía religiosa”, surgieron durante los primeros pasos de las megasociedades. Asegura que “unieron a grandes grupos de gente por primera vez” y dieron paso, con el tiempo, a la aparición de las religiones moralizantes. En lo que al culto se refiere, al principio era más importante el cómo que el quién. (Fuente: SINC/Sergio Ferrer)