Las emisiones de dióxido de carbono (CO2) tienen dos orígenes, naturales y antropogénicas, teniendo estas últimas un fuerte crecimiento en las últimas décadas (ver IPCC). La concentración actual de CO 2 en el aire oscila alrededor de 387 ppm, o 0,0387%, con algunas variaciones día-noche, estacionales (por la parte antrópica) y con picos de contaminación localizados. El contenido de CO2 nunca ha sido tan elevado desde hace 2,1 millones de años.

La concentración de CO2 en la atmósfera está aumentando desde finales del siglo XIX y el ritmo de aumento se aceleró a finales del siglo XX, pasando de 0,5 ppm/año en 1960 a 2 ppm/año en año 2000 (valor mínimo de 0,43 en 1992 y máximo de 3 ppm en 1998). Desde 2000, la tasa anual de aumento apenas ha cambiado.

Llenar el mundo de “árboles mecánicos”

   El momento clave ocurrió en mitad del vodevil norteamericano por aprobar sus presupuestos. Semioculto entre leyes y normativas, el 9 de febrero de 2018 Donald Trump aprobó una enorme batería de incentivos fiscales en favor de la tecnología de captura directa de CO2. Durante años, muy pocos grupos de investigadores se habían mantenido en una línea de investigación que hacía promesas que no parecía que fuera a poder cumplir, pero esto cambiaba las cosas.

Las cambió, vaya si las cambió. El 7 de junio de 2018, la revista ‘Joule’ publicó un análisis que situaba, por primera vez, la captura directa al borde de la viabilidad. Veníamos, no hay que olvidarlo, de estudios que lo situaban por encima de los mil dólares por tonelada en el mejor de los casos posibles.

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Lo que ocurrió después era, por decirlo de alguna manera, esperable.

La ‘captura directa’ está de moda

En este año, el dinero ha llegado a toneladas a las empresas que lideraban (sin mucho éxito) el sector y numerosas startups han surgido al calor del interés de los inversores. Carbon Engineering, una pequeña empresa canadiense con sede en Calgary, consiguió en marzo más de 70 millones de dólares; Climeworks, de Zurich, 30.8 millones; y Global Thermostat está a punto de cerrar una ronda de inversión valorada en 20.

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El famoso acelerador Y Combinator no solo hizo una llamada a nuevas empresas centradas en este sector, sino que ha invertido en Prometheus, una firma californiana que también está en el ajo.

El último en llegar a la fiesta ha sido una pequeña startup con sede en Dublín ha adquirido la tecnología de Klaus Lackner, profesor de la Universidad Estatal de Arizona y un viejo conocido del mundillo, para lanzar un proyecto piloto para capturar 100 toneladas métricas de dióxido de carbono por día como antesala de desarrollar plantas a gran escala capaces de eliminar casi cuatro millones de toneladas al año. Estos son los que quieren llenar el mundo de lo que denominan “árboles mecánicos”.

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Una oportunidad

No es un capricho, claro. Las conclusiones del ‘Panel de expertos sobre el cambio climático’ (el IPCC de la ONU) dicen que para reducir el impacto no vale solo con detener y controlar las emisiones actuales de CO2. Es necesario retirar de la atmósfera más de un billón de toneladas y, en eso, este tipo de tecnologías tienen un papel claro.

De hecho, cada vez más investigadores están convenidos de que el mundo necesitará más y mejores formas de sacar el dióxido de carbono de la atmósfera. Sin embargo, a nadie se le escapa que las mayores inversiones están a cargo de las grandes empresas de petróleo y gas del mundo.

Esto sitúa a la industria y la investigación sobre captura de CO2 en una situación incómoda. A medio camino entre una herramienta fundamental para frenar el cambio climático y una elaborada campaña de imagen de las industrias más contaminadoras del mundo. Si empresarios e investigadores meten el acelerador para conseguir una tecnología útil o si se convierte todo en una performance depende buena parte de los próximos años de políticas climáticas.

 

Publisher: Lebanese Company for Information & Studies

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