Exponernos a químicos cotidianos es un gran peligro para la salud. Nos lo viene alertando la ciencia desde hace tiempo, pero no por ello dejan de sorprender los nuevos estudios en torno al tema. Muy al contrario, los hallazgos van confirmando la gravedad de este problema, con sus mil caras, revelando poco a poco su verdadera dimensión. En efecto, hay mucho, tanto por descubrir todavía, que el avance de la ciencia a este respecto provoca una especie de vértigo. Tiene ese algo de incertidumbre y de pesimismo que dan las sospechas no confirmadas de los indicios que se amontonan sobre la mesa pero que no pueden probarse. Muy a menudo, casi siempre, normalmente, las sospechas se confirman y van cayendo las malas noticias, una tras otra, formando un puzle que dibuja un paisaje sombrío. Es lo que ha estado ocurriendo con el BPA que contienen los envases alimentarios o, por ejemplo, con los efectos de la contaminación en el desarrollo del feto, cuando la madre se expone a tóxicos como el mercurio, el plomo o los pesticidas. Niños menos inteligentes Las toxinas que afectan al cerebro han sido objeto de estudio recientemente para calcular cómo afectan a la pérdida de coeficiente intelectual (CI). Lo ha hecho un estudio llevado a cabo por científicos estadounidenses de la Universidad de Harvard y de la Escuela de Medicina Mount Sinai en Manhattan. Su diagnóstico de la situación es clara. Estremecedora. Los expertos atribuyeron a 12 productos químicos que normalmente se encuentran en nuestro entorno un daño irreparable de los niños aún no nacidos. La mera exposición de las mujeres embarazadas a ellos provoca estos daños. Son tóxicos que afectan a las neuronas, denominados neurotoxinas y, gracias a este estudio, su perjuicio en la condición del cerebro ha sido probada. La conclusión a la que se ha llegado, sin embargo, va más allá de esta mera conexión. En concreto, los coeficientes de inteligencia de los niños cuyas madres habían sido expuestas a las neurotoxinas durante el embarazo resultan eran menores que los de los niños cuyas madres no habían sufrido esta exposición. Philippe Grandjean y Philip Landrigan, líderes de la investigación, se mostraron alarmados a la luz de los resultados. Catalogaron la situación de auténtico drama. La bautizaron cmo una “pandemia silenciosa” de toxinas que daña el cerebro de los fetos, lo que luego supone un lastre que arrastran durante toda su vida. Y el efecto es global: Nuestra gran preocupación es que niños de todo el mundo estén expuestos a sustancias químicas no reconocidas como tóxicos que están mermando silenciosamente su inteligencia, alterando su comportamiento, truncando sus futuros logros y dañando sociedades. Autismo y déficit de atención Además de observarse un menor CI, el estudio ha encontrado que las neurotoxinas están asociadas a otros trastornos como el autismo o el déficit de atención con hiperactividad. Estudios anteriores también concluyeron que la contaminación ambiental podía dañar a las mujeres embarazadas y a sus hijos, incluso cuando la polución está dentro de los límites permitidos legalmente. Es decir, más allá de lo que estipule cada legislación, el estudio encontró que la contaminación moderada también era perjudicial, especialmente para el sistema inmune y los niveles de azúcar en sangre, que acababan disparándose cuando había una mayor exposición a un aire contaminado por el tráfico rodado. En esta ocasión, el estudio se centró en el condado de Skåne, en el sur de Suecia. La investigación subraya que el número de neurotoxinas se ha duplicado en los últimos siete años y que su peligrosidad radica en su cercanía en entornos cotidianos, desde los muebles, la ropa, los alimentos, el aire que respiramos… Además de los pesticidas organofosforados, como el clorpirifós, e la lista elaborada por el estudio se consideran neurotoxinas peligrosas por la fácil contaminación el metilmercurio, etanol, bifenilos policlorados (PCB), plomo, arsénico, floururo, tolueno, manganeso, tetracloroetileno (PERC), polibromodefeniléteres (PBDE) y diclorodifeniltricloroetano (DDT).