La comunidad científica comenzó a alertar sobre los graves riesgos del cambio climático hace ya treinta años. Algunas de las personas decisivas en la temprana comprensión del problema fueron los científicos norteamericanos Stephen Schneider y Jim Hansen, quienes basaron sus análisis en el excelente trabajo de campo llevado a cabo por Charles David Keeling en la Isla de Mauna Loa. El climatólogo sueco Bert Bolin desempeñó, asimismo, un papel fundamental convenciendo a las Naciones Unidas de la creación del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC), cuyos cinco informes desde 1990 han sentado las bases científicas de la comprensión del problema. Ha transcurrido una generación y sus alertas no han sido suficientes para que los responsables políticos de la comunidad internacional hayan puesto en marcha las medidas que se necesitan para reconducir la situación. La Tierra se ha calentado 0,85 Cº desde 1880. La temperatura es ya, o está cerca de serlo, la más elevada en el actual período interglacial que comenzó hace doce milenios. Las emisiones de gases de efecto invernadero han estado correlacionadas con el incremento demográfico y el desarrollo económico impulsado por la Revolución Industrial, ya que el sistema energético que ha soportado ambos procesos se ha basado en la combustión masiva de carbón, petróleo y gas (en la actualidad representan el ochenta por cien del mix energético global). Además, existe una poderosa inercia en el sistema ya que el incremento de la población y de la renta media per capita hacen aumentar la demanda de energía, lo que en el actual modelo significa casi siempre aumentar las emisiones. Los impactos de la alteración del clima en los sistemas humanos y naturales son ya numerosos e importantes. Nos hemos adentrado en la era de las consecuencias. El cambio climático ya ha afectado a la disponibilidad de agua dulce en numerosas regiones, en especial en el África subsahariana y en Oriente Medio, exacerbando numerosos conflictos regionales y locales; ha causado un importante incremento de eventos extremos como olas de calor (según la OMS la que asoló Europa en el verano del 2003 provocó la muerte de 35.000 personas y la de Rusia, 2010, la de 15.000), sequías, huracanes e incendios; ha originado una drástica disminución de la extensión de hielo del Ártico durante los meses de verano; ha aumentado el nivel del mar afectando la vida de millones de personas en lugares como Bangladesh; ha generado una fuerte presión adicional sobre la biodiversidad y sobre los recursos alimentarios, etcétera. Una de las razones por la que apenas se ha progresado este tiempo en la reconducción del problema es, en mi opinión, porque el marco de referencia en el que se ha situado el debate sobre el cambio climático ha estado sesgado hacia su formulación exclusiva en términos científico-técnicos. Se ha soslayado su núcleo moral, cuando lo cierto es que el cambio climático afecta de forma decisiva a los fundamentos de justicia y equidad de nuestras sociedades democráticas. Ha existido, al respecto, una interesada confusión entre el papel imprescindible de la ciencia para comprender la esfera de los hechos -el origen, las causas directas y la dinámica del problema- y la esfera de los significados, es decir cómo afecta la desestabilización del clima a nuestra autocomprensión como comunidad humana. Ese sesgo en el enmarque (framing) se ha visto favorecido por el hecho de que a la reflexión sobre las consecuencias de la crisis climática apenas han acudido, hasta el momento, filósofos, sociólogas, politólogos, historiadoras, educadores, antropólogos, pensadoras del mundo de la cultura, teóricos del derecho, artistas, poetas, cineastas etcétera. Y sin ellos, no es posible construir socialmente esa reflexión de manera que adquiera un significado relevante para la mayoría de las personas de nuestra sociedad. Si la información científica (por ejemplo, los mencionados informes del IPCC) no es social y culturalmente descodificada apenas adquiere significado relevante para las personas. Y si no sienten interpelados sus valores básicos el problema permanece como mera información que se mezcla con el ruido de fondo de nuestra sociedad hiper-mediática. La historia enseña que las transformaciones sociales que permitieron en el pasado formidables logros emancipatorios fueron posibles porque hombres y mujeres se movilizaron por valores que daban sentido a su vida. No reconduciremos colectiva y solidariamente la crisis climática si no somos capaces de explicarla en términos que permitan a millones de personas comprenderla como algo relevante para sus vidas personales y eso sólo será posible si sienten comprometidos sus valores de referencia: por ejemplo, el mundo real que heredarán sus hijas y nietos. Lo anterior es importante porque treinta años de experiencia han demostrado que los líderes de las naciones decisivas no van a adoptar y mantener en el tiempo las importantes decisiones que se precisan para descarbonizar el sistema energético global si no se ven confrontados con una sociedad civil internacional concienciada y movilizada. Y sólo se logrará una implicación activa de millones de personas si ven interpelados los valores que guían sus vidas. Fuente: antxonolabe